domingo, 31 de mayo de 2009

Serranilla

Un caballero pasaba por el pueblo de San Lucas con su querido caballo como todas las mañanas, cuando al pasar el puente se encontró con una bella campesina con un cesto de flores. El caballero se acerco a ella y suavemente le dio los buenos días, hablaron un rato y al despedirse ella le dijo: si mañana queréis verme, traedme la respuesta a esta adivinanza, de la mar salió mi nombre y tan desgraciada nací, que huyendo de mi desgracia, contra una garita di. Ella sonrío y continúo su camino cantando una dulce melodía. El caballero confuso con esa adivinanza fue hasta el castillo, guardo a su caballo y se tumbo en el heno a pensar la respuesta. Al día siguiente, el caballero cogió su caballo y fue a prisa hasta un campo de margaritas que había en el pueblo, cogió un ramo y espero debajo un árbol, en el cual atara a su caballo. Oyó una melodía, se levantó rápido y allí estaba, la campesina con su cesto de mimbre. Ella sonrío y le saludo d lejos. Montó en el caballo con un salto veloz y se acerco a la joven, le dio el ramo y respondió: la margarita. La campesina alegre como siempre le dijo al caballero: para saber lo que siento, en este mismo lugar nos encontraremos y esta adivinanza me contestará usted primero. Es blanco como la leche y negro como el carbón; es dulce como la miel y agrio como el limón. La campesina guardo el ramo en su cesto y se fue con cantando su melodía. El campesino quedo mas pensativo aun que con la adivinanza anterior. Volvió a castillo, se encerró en sus aposentos e intento discurrir la respuesta. A la mañana siguiente volvió al punto de encuentro y le respondió: os aseguro que me habeis dejado perplejo, adivinanza mas difícil no me han contado, en serio. La mujer le respondió: el amor caballero, amor es lo que siento. Pero no creo que sea usted correspondido a mis sentimientos. El caballero sonrío con dulzura y en un beso calido se fundieron sus labios.

viernes, 8 de mayo de 2009

Cartas de invierno

Ya empezaba a atardecer, por lo que tuve que hacer esfuerzos para ver lo que ponía en aquel cartón. En una caligrafía desfigurada, escrita con tinta de un color rojo desconocido, pude leer este mensaje:

Querido Javier:
Si llegaste hasta aquí es que ya sabes la verdad. Pero quizás aun no caíste en sus trampas quizás aun estas a tiempo de salvarte. ¡Abandónalo todo, Javier, y vete, vete muy lejos, a un lugar donde no te puedan atrapar!
No me busques más, porque yo ya estoy perdido. Si me vieras ahora, escaparías de mí. Para entenderlo, tendrías que ver lo que yo ví, tendrías que saber lo que hay aquí abajo. Si encontrase palabras para describir en que me he convertido, podrías volverte loco para siempre ¡Vete, tu que aun estas a tiempo! ¡Vete y abandona lo que queda de mi!

Cuando estaba leyendo estas palabras, sentí un ruido que procedía del pequeño cuarto lateral. Me levanté y me acerqué a la puerta. Desde ella, en aquel cuarto oscuro, pude ver como alguien se levantaba desde dentro de la trampilla de hierro y como un bulto uniforme se asomado por el agujero. Doy gracias de que ya fuese de noche y aquello estuviese oscuro, doy gracias de que ya no se pudiese ver nada con claridad. Tan solo pude distinguir, en aquel bulto repulsivo, unos ojos brillantes que parecían transmitir todo el horror que un humano es capaz de sentir. Unos ojos que se me quedaron mirando de una forma indescriptible. Pero no fue esa mirada la que me volvió loco, no fue eso lo que me hizo huir de allí y refugiarme en el cuarto en el que estoy ahora. No; lo que me volvió loco fue su voz que desde aquella me obsesiona y retumba en mis oídos. Una voz que pararía salir de unas profundidades inimaginables, una voz que gritó:
-¡Vete, Javier! ¡Tienen hambre! ¡Vete, y no vuelvas más!